Lo prometido,
Crónica del moto-buceo 2011
Aún no habíase desperezado el primer día andado del mes de julio del Año de Nuestro Señor de dos mil once, cuando, encamados aún los gallos y otros inhumanos de presto madrugar, once caballeros, once, de postín y procedentes de todas las provincias de ésta nuestra España se dieron cita en páramo madrileño, convocados por un principal, dispuestos a partir a la conquista de nuevas tierras y mares y abismos al otro lado de ásperas sierras conforme aquel les tenía prometido.
Halláronse con sus monturas enjaezadas para tan largo viaje, provistos de buen humor y mejor disposición, dando en grande algarabía y jolgorio al reconocerse y no ir solos, pues asaz de locura sería intentar tamaña empresa en solitario.
Consejos hubo de otros caballeros, que por lo solemne de la ocasión dieron en acudir; uno sarraceno de los Montes de Toledo, otro cristiano viejo de las Rosas, de quienes recibieron grandes parabienes y compañía, que no es bueno andar solo los primeros pasos de cualquier empeño y aún menos de las gestas.
Y en echando de menos a los ausentes, que los había, antes de que el hermano sol comenzara a lanzar sus rayos de estío, bien cebadas las yeguas y un jamelgo, amarrados los estribos, ceñidas las armaduras y reprimidos los juramentos por tan temprana cita, de aquesta suerte salieron enfilando La Mancha.
Al punto, y por hacerse la hora de oración, despidióse el sarraceno para dar cumplido de sus costumbres -que no seré yo quien comente nada y bien está dar cuenta al diós de cada uno de diario- y siguieron el destino en refinada hilera.
El camino en poco trecho dejó de apetecer al hacerse de grandes lenguas de lo negro sin prestar más distracción en el vaivén que el incipiente orto. Algunas leguas más al sur, también el cristiano dio en volver a su quehacer siendo debidamente despedido y encomendado a San Cristóbal su retorno.
Tras muchas leguas andadas y siendo que ninguno de los que iban eran cebolludos, tronados ni hombres de pocas letras, dieron en parar en un poblado para aliviar el demonio bailador de las vejigas y echarse algo al coleto, que tanto aire y vacío no han sido nunca buena compañía encima de las bestias. Y como ya andaba la mañana cascabelera, no encontraron más que un garitolo de ventero adormecido a quien despertaron con grande ruido de sus impedimentas y más aún, más tarde, cuando no pudieron llenar el buche conforme acostumbraban. No siendo de buenos cristianos tomar venganza de los agravios, volvieron a las riendas y prosiguieron su viaje, no sin resquemor por lo futuro visto lo recién acontecido.
Atravesadas las primeras sierras con júbilo y atención, les alcanzó el Ángelus del día y alcanzaron tras retorcida senda la villa de Riópar, pueblo envallecido y de gente hospitalaria, donde en posada al azar dispusieronles yantar con las mesas a la puerta por el fresco y así dieron cuenta de unos trozos secos de pierna de marranico muy apreciada y abundante de beber. Y tantas eran las risas y algarabía de los comensales y la belleza y lustre de sus monturas que despertaron la curiosidad de los nativos quienes no dejaban de admirar semejantes caballerías y jinetes. Dando el principal un “señores” y haciendo gesto presto y serio, de comienzo de algo malo, se dio fin a la natural tertulia a la que tan acostumbrados estaban y movióse tan gallardo escuadrón no sin antes dar de beber a las bestias en abrevadero próximo que también lo tenían merecido.
De aquella manera fueron tragando leguas, atravesando sierras y valles, cerros, cerretes, mogotes, páramos y algún puerto, y con grandes calores y dando grandes juramentos pues el diablo vejiglero volvía a andar remolón, llegaron a la sombra de un sicomo donde esperaba el doce en cuestión, Palladio le decían, caballero de la tierra de los alicantes y que había dado en acompañar a las huestes en la exploración de los abismos, que no de las tierras por ser del mismo ya conocidas.
Con gran mérito, agallas y temple, encomendándose a Dios Nuestro Señor aunque sin misar, se dispusieron a asaltar la primera fortaleza que encontraran, dando como premio a su temprana partida, a los muchos sueños y penalidades y al apresto ánimo con un castillo en lontananza digno de gran rey, artillada, almenada, de revista pronta y de defensa diez a uno. Tantos y tan fuertes fueron los gritos, juramentos, amenazas, alaridos e improperios que dieron en el asalto- por las calores del momento y el resquemor acumulado en tan largo viaje- que el amo y los servidores del recinto huyeron despavoridos no oponiendo resistencia alguna al abandono, aunque los muy bellacos no dejaran ni migaja de comida de cabra loca en el fortín. Se hicieron los caballeros presa de las piezas de defensa de la fortaleza con gran estruendo, acordando con buen juicio y mejor postura de razón, dejarlas como estaban y llevarlas en mejor ocasión, que no era cuestión de dar más carga a las bestias ni avaricia al demonio.
De estas y como había querido la fortuna, la venia del rey Jacobs y del brujo Canon, que no es de buen cristiano rehusar tales compañías, alguno de los caballeros venían dispuesto de sortilegios tales que sólo las más altas enigmas de la brujancia alcanzaren, de suerte que en nombrando las palabras del fetiche “una foto”, venían del cielo los mejores pintores de la corte a inmortalizar el momento, quedando los vivos, muertos, y los deslenguados, mudos, pero todos posados encima de unas de las piezas confiscadas.
Recién la conquista y acabados los encantamientos, emprendieron de nuevo el camino hacia nuevas tierras costeras, aquellas en donde habrían de admirarse por el color de los peces y el sabor del marranico con extra de buen manchego en alta mar...
En aquellas estaban, por andar un rato ligeros y estar a unas pocas leguas de la refriega, pronto llegaron al sitio que dicen de Carboneras, donde se había dispuesto por el cristiano egabrense que alojaran y solazearan los caballeros por dos noches y desde donde explorarían lo desconocido bajo el azul. Y en viniendo de repente un hambre muy grande a todos, con gran premura y ánimo emprendieron allí mismo-al lado de donde se proveerían de artilugios de la mar- a beber lo que por aquellas tierras se conoce como cerveza, de sabor y gusto parecido a lo que en cristiano es una birra. Y sabiendo por ser conocido que el bebercio no distrae el hambre más que un rato o hasta que llega la inconsciencia, y como no era plan todavía dello, dieron por probar las delicias del lugar que trujo en grandes bandejas una moza marinera de buen parecer que allí menestereaba y que de buena manera acabó con el desgobierno de las tripas que alcanzaba a los estantes.
Estando en esto comenzó a dar voces el principal egabrense diciendo: “Ósperas, aquí, aquí, valerosos bautizos y scubas, vamos, vamos, que ya está presto el avío y os tenéis que embarcar”, a lo que alguno de los selectos respondiole de mala manera y con peor mirada, aunque hicieron caso de final por la muda del semblante cordobés. Allá se fueron y lo que vieron valga decir si acaso que removió las conciencias del resto de caballeros y animolos para las andanzas que habrían de acaecer cuando el sol saliera otra vez.
Los que quedaron, lejos de aposentarse y buscar acomodo, a esperar a sus amigos quedaron, si bien con presteza dispusieron de unos naipes traídos desde lejos y se afanaron sobremanera en hacer burla del otro por parejas, sin más interés en la propia que la compañía del momento, ni esperar más renta del envite que la cuida de la honra.
Retornados los intrépidos pioneros, contaron cosas tan fabulosas jamás leídas, ni vistas, ni oídas, que todos a una, dispusieron explorar los océanos al día siguiente mismo sin quedar en tierra centinela, y ordenándose según rangos y preferencias, acordaron ir a lo azul todos juntos, por arriba unos pocos y los tullidos, y por abajo el resto. No fuera que al marchar todos a la vez por el mismo sitio, que los hechizos dan para mucho, quedaran sin cronista y sus amigos.
La posada, a la espalda de un castillo, recibioles aderezada como era propio de su condición, tomaron tres cuartos por parejas aunque alguno más al lado que otros, uno por trío-que hay mucho vicio a las espaldas del señor- y el resto en cuarto penitente, pero salvo algún pésete y reniego, quedaron todos contentos.
Más, como ya se ha dicho, el Diablo ni duerme ni descansa, dióle por trabar el aposento y al punto el de los alicantes echó en falta las riendas de su yegua, que no era cosa baladí pues en tierras despobladas como aquellas no veiase cabalgadura igual, prestos terciaron los duchos y sabios en caballerías a tratar como se merecía el entuerto probando- que la fortuna a veces da haciendas como las quita- diferentes riendas por ver si alguna le venía al jamelgo y lo hacía andar; trataronse también los bajos jorobillas del bicho más enredó bien y tanto el del azufre que no pudo ser. Resignados y maldiciendo la suerte andaban cuando oyóse de nuevo gran algarabía en la posada. Hete aquí al con semblante bien distinto al de antes con las riendas en la mano, putas, putas, putas....a unísono se oyò decir refiriéndose a las llaves, claro, quedándose los unos contentos y los otros sin disgusto.
Del susto les vino el sosiego y deste el hambre y se dispusieron a cenar, que ya habían pasado también unas horas de las viandas de la marinera y el mar da hambre aunque sea mirando de soslayo.
Resultó más tarde que en terminando de cenar y disponiéndose los caballeros a tomar merecido descanso por el viaje y el asalto, buscaron lugar propicio para empapar los gaznates con selectos néctares traídos de ultramar y con lo que se terciara, tal y como tenían por costumbre y no seré yo quien la costumbre ultraje; más, aún no habiendo terminado el aquelarre en la azotea y viendo el grande cansancio que les llegaba, cinco destos caballeros ofrecieronse voluntarios para explorar el perímetro no hubiera brujas, ánimas o cosas peores al acecho, precaución bien recibida por ser de buen seso y más en tierra poco conocida, dando en la ronda por azar con una cueva en la que hicieron mejores tratos a cinco maravedies la premium, hablaron de lo divino y lo humano, del sexo de los ángeles y cosas de brujería, terminando de velar desta manera a los durmientes y tanto hablaron y bebieron que tuvo necesidad el sueño de atarles las lenguas y templarles la sed; que quitársela era imposible. Y no sin antes proferir grandes voces sediciosas sobre la empresa que a pocas horas tendrían que acometer, les pudo más el compromiso y se retiraron a sus aposentos no sin antes dar grande castigo a dos dellos por separarse y volver antes de tiempo a holgar y refocilarse en el mismo lecho, pues les cantó el gallo al punto en que los centinelas terminaban la ronda.
Pese a que iban a conocer abismos y mares nunca vistos, ni leídos, ni oídos, tomaron el nuevo día como sólo quienes están llamados a grandes empresas saben hacerlo, y así y con grande algarabía y gozo de todos, dispusieron pertrecharse de manduca “por si alguno tenía necesidad” y de ungüentos varios pues Lorenzo apuntaba alto en el otro azul y no es bueno salir a descampado sin abrigo, ni a procesión sin cirio y las tripas no entienden de dimes y diretes.
De lo visto y oído ya habrá oportunidad de versar, más, como dije, quedaron dispuestos en ir unos por arriba de los mares, con los tullidos, y por de abajo los más conocedores de los peces. Los de arriba con gran empeño en no perder de vista la balsa- que tenía cara el grumete de tener hambre de atrás y de no ser menos maleante que estudiante o paje- y los de abajo, con mandato de traer cuantas más noticias y más voluptuosas sirenas y ranas de colores mejor. Al quedar algún hechizo, también bajaron pintores a los fondos marinos y se hicieron retratos de animales y vivos.
Más, como no podía ser de otra manera, tanto baile en pista nueva, tanto vamos, tanto venimos, tanta lucha, tanto empeño, terminó con el ánimo de más de uno, a la par que algunos dellos con mayor o menor disimulo decidieron retornar al mar bien un par de tragos de agua que a traición le había tomado bien engorde de peces, y en llegando a la playa que dicen de Los Muertos, decidieron hacer parada en ella y contemplar las bellezas marinas unos, y las de tierra otros, aunque con desigual suerte, todo sea dicho, pues los hubo que vieron langostas que son animalicos de sabor refinado.
Agotados por los esfuerzos y cansados por la lucha en el vencimiento, se dispusieron a regresar, que la naturaleza es muy sabia, que no es por no ir, pero que si en firme les parieron sus madres, por algo será, dando cuenta los rezagados de la manduca “por si alguno tenía necesidad”.
Pruebas varias quedaron de lo difícil de la empresa, colores muchos se vieron tras la gesta en los emprendedores, de langostino tigre, de cerúmen de sacristía, de morado pasión, algún tuerto, un par de rotos, algún descosido, otro medio sordo y el más, sordo entero con visita a galeno y consulta a la corte aunque gracias a Dios sin consecuencias, pero en todos se adivinaba grande contento y algarabía por venir a tierra, seguir siendo amigos y verse salvos todos.
Teniendo por costumbre propia de su linaje como ya se ha dicho, el callar los intestinos de manera regular, a menos de media legua distaba venta por conocer y a la que se acercaron con desmayo de estómago que repararon con ricas viandas y unos tragos de lo añejo. Después de reponer fuerzas y preguntado al unísono por los instantes ¿Qué más quieres cuerpo mío?- Recibieron destos, cada uno del suyo propio, el camino de Morfeo y no sin mirar de reojo que las bestias estuvieran de acomodo, la emprendieron con la almohada.
Antes de digna cena, a sus cosas los concurrentes, destinando el rato de solaz los caballeros a divertimentos varios y desconocidos en aquellas tierras, asín rascábase uno las pelotas contrabarandilla para refocilo propio y escarnio de nativos, otro utilizaba hechizo para pintar culos, otro buscaba canales de tv o algo así, dos o más andando deprisa sin que les persiguieran, otros incluso ganar órdagos con malas cartas,,,que de final resultaron más los daños de los sesos por la gesta mañanera de lo que en principio se previó.
De gran y amena cena se sirvieron, tanto por empeño del ventero como por reclamo deudor de la noche anterior, de suerte que estuvieron todos contenticos de manjar gallopedro y primos suyos y tan bien atendidos y reidos que dieron en visitar de nuevo la cueva conquistada la noche anterior y mercadear pócimas selectas al sonde las trompetas, con grandes risas y regocijo y fiesta hasta que estando todos más para bizmas que para pláticas por lo vivido y viendo con buenas razones que gran viaje habrían de emprender al día siguiente, discernieron volver cada mochuelo a su olivo.
Al poco de reir el alba el domingo y con gran empeño y refinamiento enjaezaron de nuevo las cabalgaduras, siendo parte pena y parte gozo entre ellos, pues por causas del destino y de la suerte quiso que se despedían allí mesmo, tomando unos las de cabra para honrar en la ermita y acabar con los jeringos, otros las de los madriles para atender a menesteres y el de los alicantes a los suyos, no sin pocos ayes y suspiros escuchados al despedirse. Más, si debieron estar atentos al grumete, más lo debieron a su amo, que de quien se mama se aprende todo y en demasía las malas artes. Pero es ya otra historia.
To be continued...
Vsssssssssss sobradas
