Vuelta a la escuela, el equipo amarillo, ¿huevos fritos para comer?, asfalto, agua, tierra y... un hoyo.
A una de aquellas horas que harían babear al amigo Rommel, ‘las 7 y 20 de la mañana’ quedamos en la plaza de la Imperial Tárraco. Plaza redonda a la que se le dan vueltas y vueltas. Sus aguas podían habernos servido de oráculo para predecir lo que nos iba a deparar el día.
El reencontrado Pau, nos pone su Space y cómodamente nos vamos a Comarruga a recoger a Salvador.
Con la tripulación al completo nos dirigimos hacia la escuela HONDA. Unos con los dípticos de la escuela, otros con la ruta impresa desde internet. Todos sabiendo bien hacía dónde íbamos. ¿sabiéndolo bien?. Sí, sí. Y unas... Que si salida 19, que si 17, que si vamos en dirección Girona o que si vamos marcha atrás. Vamos, que sin garmin, salimos de la AP7 y empezamos a dar vueltas y vueltas y vueltas, hasta que encontramos el polígono en el que está HONDA. Y ya dentro del polígono, vueltas y vueltas y vueltas para alcanzar la entrada del Instituto de seguridad HONDA. EN la puerta, un amable guardia nos indica que no se puede entrar hasta la hora prevista y nos indica que podemos ir al ‘LoroCharlie’ para hacer tiempo. No me seáis malpensados. A pesar del nombre es un restaurante. De nuevo vueltas y vueltas y vueltas hasta encontrar ‘Cal Jaume’ (de loro ná de ná) dónde comemos bocatas en condiciones. Menos mal que cogimos fuerzas.
A las 9 entrando en la escuela. Pases de seguridad, registro en secretaría, con carnet de conducir en la mano y a empezar.
De 9 a 10 teórica y simuladores. Para quien desconozca lo que es un simulador, os diré que es un sistema que te permite atropellar una abuela, o un ciclista, saltarse semáforos o fundir todos los límites de velocidad sin que te hagan ni un ritrato ni medio.
A las 10 a la pista a la voz de ya. Los 10 alumnos divididos en dos equipos: los 5 tarrakonengs de amarillo y los otros de verde. Cascos iguales para todos (la uniformidad japonesa), petos numerados y con el nombre puesto (la uniformidad japonesa) y todos con motos iguales, CBF600 (la uniformidad japonesa). Una vez preparados nos llevan a formar todos en el orden que marcan los petos y cada cual por su lado y en vaya vd. a saber que orden (la uniformidad del país). Y después de toda la japoneidad, los dos equipos de 5, son uno de 6 y otro de 4. Menos mal que no era tarrakoneng. El díscolo a cambiar el peto, que las normas son las normas.
Que se sepa que los monitores y la dirección de la escuela son de Tarragona.
EL equipo amarillo, el nuestro, con su monitor se dirige con sus CBF a hacer instrucción de orden cerrado. Vueltas y vueltas y vueltas, con la cabeza girada mirando fijo a un punto, un rato sorteando pelotitas, otro alrededor de un cono, un rato más haciendo el ocho. Uno detrás de otro. Que si vueltas al circuito de pie, que si con las rodillas sobre el sillín, ahora con una mano, después con un solo pie, ahora con los dientes en el bolsillo, vamos un reír sin fin.
Y después de un rato de conos, machacada de frenada. Daba un yuyu: no tanto por lo de clavar la moto, sino que lo tenías que hacer en medio de un radar de tráfico y eso a uno le trae unos recuerdos que no, no son de recibo.
Otro rato con una deauville con ruedecitas, igualitas que las de las bicis de los niños chicos. Pero no para jugar, si no para clavar el freno de delante, con el ABS desconectado y sobre una pista mojada con aspecto de hielo del fino. Trompos, acojones y unas risas (y una mierda unas risas, que sustos daba la cabrona).
Descanso para comer. 45 minutos para injerir… me niego a explicaros el rancho. Ni en colonias. Tan solo decir que no había huevos fritos. Corramos tupido velo sobre el ‘ágape’ y sigamos rodando.
Por la tarde nos vestimos de romanos, con cascos de cross y protectores de espalda, pectorales, rodilleras, coderas y botas de robocop y con unas ‘no se qué’ de 100cc nos sueltan en el campo de tierra. Ahí nos indican que debemos manejar a la vez, el cambio, el freno de atrás, pero llevando como mínimo una pierna estirada por delante para contrapesar las curvas. Los demás no lo sé, pero a mí me falta alguna cosa: una mano con el embrague, otra con el acelerador y el freno de delante, un pie con el freno de atrás, otro marcando las curvas a la derecha, otro con el cambio (cambiar las marchas que sean antes de entrar a curva, no os preocupéis por cuál) y otro marcando curvas a izquierdas. La teoría es clara: dos manos y cuatro pies. Pero si además a alguno de los grandotes las rodillas les tocaban a la barbilla y a cada cambio les veía como les rebotaba la cabeza, la cosa resultaba de lo más sencilla. De nuevo vueltas y vueltas y vueltas y de nuevo unas risas: (joder si me llega a pillar esa pista con 20 años menos o con la articulación de la ingle bien aceitada…).
Me bajo de la moto, menos mal que era bajita y no había que levantar demasiado la pata, y cuando uno se dispone a dar reposo a sus huesos… nos llevan a la zona de trial.
Unas cota (sí, sí la montesa de toda la vida) en una pista en la que entrenan los del equipo repsol/Honda. Unas estructuras de cemento de 2 metros de alto, canalizaciones del trasvase del Ebro, restos de árboles centenarios, paredes de escalada con marcas de ruedas en sitios inverosímiles.
Y a su lado, trocitos de canalizaciones por las que hasta el Francolí tendría dificultades para pasar sus aguas (vamos medio palmo de altura) y montañitas de la playa. Esa será nuestra pista.
Las motos bonitas, pero bonitas, bonitas, si no fuera por que, OÑO, no tienen asiento. Eso no es serio. Yo creía que esto era una escuela de calidad y nos dan media moto.
Trial, que fácil parece cuando uno ve los indoor. Pero después de la toma de contacto y cuando uno ha de enfilar la primera montañita (un par de metros de altura y una pendiente razonable) GLUPS, se te aparece el Dragon Kan, pa arriba y pa abajo. De la montañita a los restos de tuberías. Que parece que sí, pero hay que saber manejar el parato, hacer equilibrio y trabajar la poca fuerza que te queda, para pasarlos.
En medio del campo hay un agujero (una especie de trinchera de un par de metros de largo y uno y medio de hondo, rodeada de cintas de plástico de seguridad). Agujero que uno piensa: ¿y a estos como se les ha hundido el terreno aquí en medio?- Si, sí agujero: con la moto pa dentro y con la moto pa fuera. Que cuando lo pasas con la moto en marcha, pues que bien que se pasa. Pero cuando con los músculos agarrotados, el dedito del embrague que no sabes si es tuyo o del vecino, la moto decide pararse en medio de la zanja, en medio del hoyo. ¡¡¡Ay!!!. No hay dios que la saque. La pierna que se niega a subir lo suficiente para dar la patada al arranque. Cuando con el riesgo de que la pierna decida seguir una vida diferente, lo consigues, a ver quien se pone en equilibrio y le da gas. Y si parece que sí que lo vas a lograr, descubres que si se ha hecho el silencio, no es porque la paz haya estallado, si no que se ha vuelto a apagar el motor. A todo eso, el monitor que se ofrece a ayudarte, pero el orgullo no te deja. Los compañeros que pasan por tu lado y desde la altura (sobre la moto y de pie) dejan caer graciosas bromas y simpáticos comentarios (grandísimos ca…..es). Gracias al cielo que no puedes llevar cámaras de fotos (no es que las prohíban, pero te juegas que salgan volando en cualquier salto).
Al fin vence… el sentido común y entre el monitor y el maltrecho orgullo la moto sale del hoyo.
A todo esto casi las 6 de la tarde y lo que empezó a las 9 de la mañana, termina con la recepción de un diploma acreditativo, los músculos y las articulaciones molidos y el ánimo más que satisfecho y con la sensación de haber tenido un día divertido y más que provechoso.
Ironías literarias aparte, una aconsejable experiencia. Muy bien organizada y llevada por gente que sabe bien lo que hace.