Estimados foreros:
Ahí va la crónica personal de mi primera (y espero que no última) Rider 1000, felizmente terminada con los 7 puntos máster, eso sí, a una velocidad vertiginosa: salida a las 6:25 del sábado, llegada a las 3:15 a.m del domingo. Creo que es la vez en mi vida que más horas seguidas he permanecido despierto… y más feliz por hacerlo.
- El post es muy largo, pero la euforia aún me dura y quiero compartirla con todos vosotros.
- Comienzo con el capítulo de agradecimientos:
* En primer lugar, a este foro, por los consejos, la experiencia y el compañerismo compartido. Gracias a todos.
* En siguiente lugar, a la organización de la Rider, que seguro que lee este foro. Se pueden intuir los cientos de horas invertidas en su planificación, organización y desarrollo, algo que solo puede ser impulsado por esa entusiasta afición por las dos ruedas. Pep Requena verdaderamente hizo una Rider, pues a primera hora de la madrugada del sábado estaba dando el pistoletazo de salida y a última de la madrugada del domingo seguía ahí, felicitando a todos los riders, con su inseparable sonrisa… Un aplauso.
- Vamos ahora con la crónica de “mi primera vez”: obtuve el carné A2 en diciembre y, cuando en un chat de moteros se avisó de la Rider (confieso que ni sabía que existía), dudé si apuntarme a la 500 o a la 1000. Me decanté por esta última y fue una sabia decisión. La página web oficial lo describe a la perfección: Rider 1000, “el reto”. Es una carrera de fondo, de superación, de esfuerzo personal sumamente placentero. Difícil, imposible de explicar (y de justificar) a quien no lleva dentro el virus de la moto.
- Estos son mis números: en marcha adelanté a dos motos. Y fui adelantado por más de 600 (si no me fallan las cuentas). Ningún problema. Bien ceñido a la derecha y facilitando la maniobra por mi propia seguridad (y del que me adelanta). Cada uno lleva su ritmo y resulta absurdo modificarlo si con ello vas a conducir incómodo. La mayoría de los moteros que me adelantaban hacían el correspondiente saludo (con la mano o con la pierna), que podía traducirse como: saludos compañero, yo necesito ir un poco más rápido. Buena ruta y gas. Sí hubo cuatro o cinco casos (alguno merecedor del código penal) de cretinos inconscientes que pusieron en peligro su vida, la mía, y la del coche, moto, bici o peatón que eventualmente pudiera venir de frente, pues las curvas eran completamente ciegas. Me pregunto qué necesidad hay de adelantar con tal peligro cuando podrás hacerlo con total seguridad esperando unos segundos… En fin. Afortunadamente, fueron una insignificante minoría. Pero sí creo que la organización debería tomar algún tipo de medida.
- Desde el principio tuve claro que, por más que se agradezca el esfuerzo de la organización por ofrecernos desayuno, comida y cena, creo que es mejor que cada uno se “busque la vida” en la cuestión de la comida. No añado más a lo que otros foreros habéis comentado acertadamente sobre el particular.
- En la segunda etapa tuve el primer y único susto de la prueba: una curva a la sombra, húmeda, con alguna hojarasca traicionera, sumada, debo confesarlo, a una velocidad inadecuada a mi pericia (la del novato que ya se cree veterano), hizo que perdiera el control y la moto patinara. Y entonces hice lo que prohíbe el más elemental conocimiento del famoso “efecto giroscópico”: accionar fuertemente el freno delantero. A diferencia de las humanas, las leyes físicas se aplican siempre, sin apelación posible ni trucos de picapleitos que valgan. El frenazo delantero hizo que mi moto se enderezara como si a la rueda delantera le hubiese inyectado una sobredosis de viagra y, en lugar de continuar la trayectoria curva, la moto siguió de frente y me salí de la carretera. Gracias a Dios (y a San Ignacio –agradezco aquí al forero que veló armas en la Cova el día previo), no me estaba esperando un precipicio, ni un quitamiedos corta-motoristas, ni una pared de roca, tan frecuentes en el itinerario, sino una cuneta escasamente pronunciada con gran cantidad de barro y hojas, que produjeron un efecto tirachinas y, milagrosamente (no se me ocurre mejor adverbio) frenaron la moto sin siquiera llegar a besar el suelo. Fue mano de santo. Una especie de vacuna radical. Un baño de realidad que me devolvió los pies a la tierra y me hizo encarar el resto de la prueba (más de 900 km) con la prudencia del gato escaldado, que del agua fría huye.
- Pero claro, ese barro y esas hojas que me habían salvado del tortazo y posterior caída también me impedían salir, pues la rueda patinaba. Y aquí está la grandeza de la comunidad motera. Los motoristas que iban detrás de mí pararon, me empujaron y no se marcharon hasta asegurarse de que estaba yo otra vez en ruta y con el susto razonablemente superado.
- Todo lo demás fue estupendo hasta Irgo, donde volví a penar por mi pardillez de novel. Hasta ese momento habíamos disfrutado de un día mayormente soleado, pero al llegar a San Salvador de Irgo ya se había hecho de noche. Yo no llevaba GPS, porque había hecho varias veces los tramos y sabía el recorrido de memoria. Pero, con la cara de tonto del que descubre una obviedad, me di cuenta de que, a oscuras, mi preparación no me servía absolutamente de nada, en una ruta tan revirada y sinuosa como la de las tres últimas etapas (casi seis horas más resultaron al final). Y aquí está, otra vez, la maravilla de la Rider, la razón de por qué los moteros somos una comunidad a la que me siento honrado de pertenecer (desde hace muy poco, desgraciadamente): ese compañerismo innato que hizo que, al ver mi problema, dos moteros con varias Rider y muchos miles de kilómetros a cuestas me fueran haciendo de guía, y a un ritmo tranquilo, que yo pude seguir más o menos cómodamente (sé muy bien que ellos hubieran ido más deprisa, y desde aquí les mando mi agradecimiento). Otros moteros se iban juntando, hasta llegar a la veintena o más, y al final uno experimentaba la sensación inenarrable de sentirse eslabón en una cadena motorizada perfectamente sincronizada, una especie de dragón chino formado por muchos pares de ruedas y luces blancas y rojas que iba surcando velozmente los cielos asfaltados del coll de Nargó, Buixet y el observatorio de Castelltallat. Indescriptible. Hay que vivirlo para entenderlo.
- Finalmente, la llegada. Después de 1000 km, más de 20 horas de conducción, la sensación experimentada no se puede describir con palabras. Solo es comparable a la llegada a Santiago de Compostela después de realizar el Camino (quien lo haya hecho alguna vez me entenderá). Una vez sellado el último punto máster (por un momento temí que no hubiera en la última etapa, pues tardó en aparecer), solo tenía un miedo: una caída tonta y me encontraría en la situación de Carlos Sainz cuando el coche se le paró a 500 metros de la meta, tan lejanos como si hubieran sido 500 años luz (“La cagamos, Luis” ¡¡¡Trata de arrancarlo, Carlos!!!). Así que apuré las precauciones y finalmente los dos moteros que me acompañaron desde Irgo y yo alcanzamos el podio del que habíamos salido el día anterior a las 6:25 (ellos bastante más tarde).
- En fin. Toda una vivencia. Gracias por permitirme compartirla con todos vosotros. Ya estoy contando los días para desgastar la tecla F5 siete días antes de que se abra la inscripción oficial.
Buenas rutas y mucho gas. Vsssss!